El último refugio del hombre
Por Gonzalo Márquez Cristo
La luz es una incesante herida en la obra de Augusto Rendón. La iluminación altamente contrastada es la desgarradura protagónica de sus memorables grabados, y es posible ver aflorar sus destellos en toda su pintura como el filo de un estilete; develando ambientes desoladores, y mostrando la crueldad y exaltación de un ámbito donde ni siquiera los animales son ajenos a los intensos fulgores del deseo o la batalla.
El artista, creador de un universo que adiciona a los mitos originales e invariables del hombre su visión sobre el tiempo violento y oscuro que le ha tocado vivir, enfrenta a las tinieblas de la subyugación y del oprobio, con recreaciones que no nos dejan olvidar el sino trágico y sórdido del poder y de la condición humana.
Su serie de caballos atormentados por el dolor o por el deseo, sus cardenales y obispos siniestros, los toreros muertos en franca lid por su enemigo ritual, los centauros amorosos y las crueles Salomés que ostentan las cabezas decapitadas de sus víctimas, las Evas telúricas y sus ángeles exterminadores, inventan ante nuestros ojos un universo marcado por los signos de identidad de un artista integral, que aún cree en el arte como el último refugio del hombre.
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